Albuquerque, 28 de agosto de 2015
Estimado profesor Ramiro Domínguez:
Me dirijo a usted con el fin de manifestarle la
preocupación que me produjeron, como estudiante de Lingüística y madre de un
niño bilingüe, las declaraciones que usted habría realizado hace unos días en
la presentación del anteproyecto del Plan Nacional de Educación Intercultural
Bilingüe. Según un artículo publicado en la versión digital del diario Última
Hora, en dicha ocasión usted declaró que los paraguayos “somos nilingües”, que
“en el Paraguay no se habla bien ninguno de los idiomas, ni el castellano ni el
guaraní” (http://m.ultimahora.com/nilinges-ni-hablamos-espanol-ni-hablamos-guarani-afirma-experto-n924736.html).
Antes de pasar a los detalles de mi preocupación,
permítame aclararle que no estuve presente en la presentación del anteproyecto
y que sus palabras me llegaron únicamente a través de la publicación del medio
que mencioné. Confío en que el autor del artículo respetó sus declaraciones y
las transcribió textualmente, sin sacarlas de contexto. Sin embargo, en caso de
que no haya sido así y de que el artículo contenga información imprecisa, le
ruego nos lo haga saber, a mí y al medio que corresponde.
El primero de mis temores sobre su declaración es que el
término “nilingüe” se instale en el léxico de la gente a quien se dirigió en su
presentación y a los lectores del artículo que reprodujo su tan ingenioso
neologismo. Dados su autoridad en el campo de las ciencias sociales y el
carácter “pegadizo” de la palabra que inventó, no me sería raro volver a
escuchar dicho vocablo en boca de otros. Ojalá no sea así. ¿Por qué? Por la
terrible carga peyorativa de dicha expresión. Referirse a alguien como
“nilingüe” implica tratar al referente, conscientemente o no, de
inhumano o de ser inferior, puesto que la capacidad de comunicarse es una de
las esencias de nuestra especie. Y creo, profesor Domínguez, que usted y yo
sabemos las consecuencias nefastas que puede generar el percibir a una
comunidad (o a la nuestra) como inferior a las demás.
En segundo lugar, me dirá usted que lo que intenta denotar
la expresión “nilingüe” no es la carencia de una lengua materna, si no la
incapacidad de comunicarse “correctamente” en uno de los dos idiomas con más
hablantes en nuestro país. Lo repito: todo ser humano aprende una lengua
materna. Ahora bien, esta lengua tiene variedades. Así, algunos hablantes de
una lengua crecen hablando una variedad de prestigio y, otros, una variedad
altamente estigmatizada. La diferencia entre las dos variedades se basa meramente
en factores sociales. La variedad de prestigio es, sencillamente, la que hablan
los grupos de status social alto; la variedad estigmatizada, la que hablan los
grupos de status social bajo. En otras palabras, no hay factores lingüísticos,
de la lengua en sí, que determinen qué variedad es mejor. ¿Qué implica esto
para nuestra realidad? Que todos los paraguayos dominan su lengua materna, sea
esta el guaraní, el castellano… o ambas (u otras lenguas con menor número de
hablantes).
“No está mal hablar castellano o hablar guaraní, lo malo es
mezclar”. Los paraguayos tenemos esta idea muy arraigada en la conciencia,
aunque no sabemos a qué llamamos “mezcla”. ¿Es a la incorporación de ítems del
guaraní cuando hablamos en castellano, o a la inversa? ¿Es a la alternancia
entre un idioma y otro en una misma conversación? Sea cual fuere la respuesta,
esta “mezcla” no es incorrecta, pues es una variedad más de la lengua materna.
Es decir, algunas variedades del castellano tienen incorporados en su
estructura varios elementos de origen guaraní. Lo mismo sucede a la inversa.
También ocurre que algunas personas adquieren las dos lenguas como lengua
materna y tienen la admirable habilidad de alternar entre un idioma y otro,
entre frases u oraciones. Lamentablemente, muchas veces creemos que esta
alternancia se debe a una incapacidad de expresar una idea en uno u otro
idioma, pero décadas de investigación científica prueban que esto no es verdad.
Por ejemplo, cuando digo “Estoy pirevai” (cuando me pasa, lo debo anunciar), no
utilizo la palabra “pirevai” porque no conozco su equivalente en castellano,
sino porque para expresarme con precisión en un situación dada, esa es la
palabra que necesito. Y ni siquiera estoy cambiando de idioma… “pirevai” es
parte de mi inventario léxico del castellano. Lamentablemente, no todos los
“préstamos” del guaraní están aceptados. Si tomamos las siguientes oraciones:
“Decilena a Pedro que me llame” y “Decile katu a Pedro que me llame”,
percibimos que una es mejor que otra. ¿Por qué? Tienen casi la misma
estructura, casi el mismo significado y el mismo número de elementos del
guaraní… aun así, una de estas oraciones “nos suena mejor”. Esto se debe,
simplemente, a que a la oración en cuestión la asociamos a una clase social
privilegiada; mientras que a la otra, no.
En todas partes del mundo y en todos las épocas, hubo y hay
idiomas en contacto. En Paraguay, el guaraní y el castellano se influyen entre
sí desde hace quinientos años. Si bien por mucho tiempo la frontera entre la
zona rural y la zona urbana marcaron una suerte de separación entre el guaraní
y el castellano, hoy esta frontera está menos marcada y, por lo tanto, el
contacto se intensifica. Como resultado, surgen todo tipo de fenómenos
lingüísticos, productos de la creatividad del ser humano. Por más esfuerzo que
se haga, ninguna institución podrá redibujar esa frontera lingüística… ni la
Real Academia de la Lengua Española, ni la Academia de la Lengua Guaraní, ni las escuelas.
Hasta cabría preguntarnos por qué hacerlo, ¿por qué no celebrar la diversidad lingüística
del Paraguay? (Y cuando hablo de diversidad, no me refiero solamente a los
diferentes idiomas, sino también a las variedades de cada uno de estos
idiomas).
Tradicionalmente, las escuelas han favorecido la enseñanza
de la variedad de prestigio de las lenguas. Esta preferencia refuerza la idea
de que si no hablamos con las reglas gramaticales que nos enseñan en una
institución, no hablamos bien: Hablamos, por el contrario una versión
“corrompida” de la lengua. Como consecuencia, muchos nativohablantes de guaraní
se sienten incompetentes en su lengua materna, porque la variedad que hablan no
se parece al guaraní de la escuela o al guaraní que hablaban sus abuelos. Lo
mismo sucede con nativohablantes de castellano, sobre todo al compararnos con
hispanohablantes de otros países. La escuela nunca nos habló de que la lengua
tiene variedades, que son, lingüísticamente, ¡todas correctas!
En Paraguay no hay “nilingües”. En el mundo no hay
“nilingües”. En Paraguay y en el mundo hay personas con una creatividad
lingüística fascinante, que merece documentarse, estudiarse y celebrarse. Los
niños que recibirán las escuelas que implementen el Plan Nacional de Educación
Intercultural Bilingüe no serán “nilingües”, serán fantásticos innovadores
lingüísticos, con la capacidad de apreciar la diversidad y de explotar las
múltiples posibilidades de expresión que nos ofrece el lenguaje. Si bien los
planes y las reformas anteriores tuvieron falencias, estas no tuvieron que ver
con la capacidad lingüística de los estudiantes. Muy por el contrario, créame,
profesor Domínguez, que esta habilidad es el mejor recurso con el que cuenta la
Educación Bilingüe.
Con admiración y respeto, me despido cordialmente.
Josefina Bittar Prieto
madre de Guillermo (7)
y estudiante de Lingüística
de la Universidad de Nuevo México,
EE.UU.