jueves, 3 de febrero de 2011

¡Brindemos! Hoy es 3 de febrero de 1989



Hace unos días llegó a manos de mi abuela una filmación de la mañana del 3 de febrero de 1989. Nos sentamos a verla juntas. En la mitad del video se encontró con su imagen y la de su marido, quienes se encontraban frente al Panteón agitando una bandera paraguaya. “Pará ahí” me dijo. Lo hice…y, además, también por orden de mi abuela, retrocedí la filmación una y otra vez, de modo que ella pudiera volver a ver su rostro y, más importante aún, el de su compañero. A la vigésima vez refunfuñé. “Es que vos no entendés…”, sentenció, “…éste fue el día más feliz de mi vida después del de mi casamiento”. En ese momento dejé pasar el comentario, pero más tarde, mientras recordaba las imágenes del día posterior al golpe, me detuve a pensar en qué sabía yo de la dictadura del Gral. Stroessner y del golpe que lo derrocó. En un principio, intenté recordar fechas, sucesos, datos estadísticos… pero finalmente, en lugar de todo ello, me vinieron a la mente anécdotas, frases, recuerdos de la familia. Reviví, por ejemplo, una breve conversación que tuve con mi abuela cuando caí en la cuenta de que entre 1954 y 1989 habíamos nacido mi mamá y yo: “Abu, mi mamá y yo nacimos durante el mismo gobierno”, le dije sorprendida ante mi hallazgo. Ella me miró fijamente y me corrigió: “No, nacieron durante la misma dictadura”.

Durante todo el día, seguí escarbando en mi memoria, encontré la historia de las diecisiete entradas a la cárcel de mi abuelo, la de los años en el exilio de mis bisabuelos, abuelos, madre y tías, la de las manifestaciones contra el régimen, la de los discursos del dictador que pasaban en la radio nacional... Escuché tantas anécdotas que podría pasarme horas escribiendo sobre ellas… una de ellas me causa particular gracia: Un 18 de octubre, mi abuela (lady como ella ninguna) no tuvo mejor idea que acompañar a la caravana de liberales que acudía al Panteón para rendir homenaje a los fundadores del Partido Liberal. Allí, los policías esposaron de inmediato a los líderes del grupo y se los llevaron al coche. En ese momento, un joven subió al capó de modo que el auto no siguiera camino. Inmediatamente, los policías comenzaron a golpearlo. Mi abuela, presente ante tamaña injusticia y en un esfuerzo por que suelten al joven, agarró a uno de los oficiales de los pantalones diciéndole: “Anínati, nde compatriota niko”. Lo tragicómico del asunto es que ese instante lo retrató un fotógrafo… y mi abuela pasó días preocupada por que en el diario saliera “la foto de la vieja agarrándole de los pantalones a un tahachi”.
Desde chica hasta ahora, además de anécdotas, he escuchado apreciaciones del gobierno despótico. Muchas de ellas han marcado la forma en que veo a las personas. Suelo escuchar, por ejemplo, “ese fulano que nunca apareció en ninguna manifestación ahora viene a hablar de democracia”… Me pongo en el lugar de mi abuela (que llevaba la plancha en la cartera durante las manifestaciones, por si tuviera que pegar a alguien) y aquellos fulanos que se jactan de demócratas pierden toda credibilidad. En otras palabras, tiendo a juzgar a las personas mayores a partir de la actitud que tuvieron durante aquellos treinta y cinco años de gobierno dictatorial.
Todo este indagar en mi memoria me llevó a descubrir que la dictadura es para mí -antes que un período histórico- una serie de anécdotas, apreciaciones y comentarios que escuché en miles de encuentros familiares y conversaciones con mi abuela. Debido a su cercanía temporal, no he tenido la oportunidad de estudiar dicho lapso de manera metódica. Por supuesto, me ha tocado aprender las causas del golpe que puso al dictador en el poder, las obras que ejecutó durante su dictadura, entre otros asuntos, pero los estudié como hechos aislados y de manera poco sistemática. Y si bien varios profesores de Historia me han afirmado que la dictadura sí puede estudiarse objetivamente, dudo que todos ellos puedan lograr la objetividad sobre dicho tema en sus clases.
Al final del día no me quedó más que aceptar que mi abuela tenía razón: no entiendo la dictadura… no tengo la edad suficiente para haberla vivido y recordarla -no sufrí el exilio, no fui a la cárcel, no me torturaron, no me callaron- ni tampoco puedo distanciarme de ella para estudiarla fríamente. Feliz de haber encontrado una causa a mi suerte de ignorancia, volví a mencionar el tema a mi abuela y le comenté sobre la conclusión a la que había llegado. La empatía de su respuesta me sorprendió: “Es lo que me pasaba a mí con la Guerra del Chaco… todos los días escuchaba las historias de papá mientras que en el colegio se estudiaban sólo algunas batallas”. Si bien con los años incrementó la bibliografía sobre la Guerra del Chaco y se la estudió casi reiterativamente en el colegio y en la universidad, dudo que mi abuela y yo hayamos leído sobre ella con la misma actitud. Así también, difícilmente pueda yo informarme sobre la dictadura de la misma manera en que lo hago sobre otro momento de la historia. Es probable que las siguientes generaciones no se encuentren en este limbo y puedan estudiar la dictadura como hoy estudiamos la Guerra del Treinta. Es probable que la objetividad y el método produzcan nuevos libros de historia y las anécdotas familiares se pierdan con los años… Es probable que esta pérdida sea el precio del entendimiento.
Por lo pronto, yo me quedo con las anécdotas, con la sangre en los ojos, con mi subjetividad, porque si bien no viví la dictadura ni la estudié, tuve la suerte de que me la hayan recreado personas que la sufrieron. Y gracias a ellas conozco el valor de la libertad y tengo una idea de lo que puede significar perderla. Gracias a ellas sé que nada justifica una dictadura… y esto es algo que no se aprende con libros ni datos históricos, sino con la transmisión de experiencias en la familia. Por ello, hoy digo que en el futuro, mientras en el colegio a mi hijo le enseñen fechas, antecedentes, consecuencias, nombres y biografías… yo le contaré la historia de mi abuela y el policía.

Hoy es 3 de febrero. Cayó Stroessner. Mi abuela y mi abuelo están celebrando en el centro de la ciudad. Me uno a ellos, más allá de la distancia y el tiempo. Hoy es 3 de febrero de 1989. Brindemos.