La panza del
embarazo es un imán para historias sobre la maternidad, sobre todo cuando se es
tan joven, como yo. Durante nueve meses, muchas mujeres compartieron conmigo su
sabiduría de madres. Sus experiencias me fascinaron y me reconfortaron, pero al
mismo tiempo, me confundieron: las vivencias iban de lo más poético a lo más
traumático. ¿Qué me tocaría a mí? Mi panza-imán y mis inquietudes –en todas sus
variantes: desde las más superficiales a las más espirituales– crecieron a la
par.
En el extremo
superficial de mis preocupaciones estaba el devenir de mi cuerpo. Había escuchado
historias de mujeres que habían subido cuarenta kilos durante el embarazo y que
nunca los habían bajado, de gente que nunca había recuperado la curvatura de su
cintura… Ya me veía yo teniendo que
privarme de ciertas comidas, o peor, teniendo que hacer ejercicio físico. Esta
preocupación fue la primera en desaparecer cuando nació Guillermo.
Con el bebé en
brazo, entendí que la alimentación que importaba a partir de ese momento era la
del nuevo ser (la mía, sólo en tanto que no perjudicara la suya). Si bien cada mujer
con la que conversé tenía una opinión diferente sobre el uso del chupete, una
manera distinta de bañar al bebé y una creencia aparte sobre los poderes
mágicos del cordón umbilical; en el tema de la alimentación todas estaban de
acuerdo: el mejor alimento para el bebé es la leche materna.
El doloroso
principio
Así, por
sugerencia de varios artículos y madres, luego de mi cesárea, les pedí a las
enfermeras que le mantuvieran a Guille a mi lado, para alimentarle cuando lo
necesitase, y que evitaran darle leche de fórmula. Mi convicción de que dar de
mamar era lo mejor para el bebé fue fuerte hasta que intenté hacerlo. Nadie
me había dicho que amamantar podía ser doloroso y frustrante; tanto, que de a
ratos, pensaba que la leche de fórmula no debía ser tan mala después de todo y
que tal vez habría sido la mejor opción… Pero no, si la leche materna era tan
importante y si tantas mujeres y bebés lo hacían con aparente facilidad, valía
la pena intentarlo un poco más. Tenía que ser una cuestión de práctica. Llegarían
tiempos mejores.
Gordo, él.
Flaca, yo
Felizmente, al
cabo de dos semanas, Guillermo había agudizado sus sentidos y los festines se
habían vuelto menos difíciles. A mí ya me habían pasado los dolores de la
cirugía y había vivido un gran acontecimiento: mi ropa “normal” me entraba, y
lo mejor de todo, no había hecho dietas ni ejercicio. Esto era obra y milagro
de la naturaleza… los beneficios del amamantamiento se estaban volviendo
perceptibles. No sólo volvía yo a mi forma normal, sino también Guille
engordaba saludablemente. Y así, al cabo de un mes, mi hijo y yo habíamos
establecido una relación óptima para la lactancia… y yo comenzaba a conocer las
múltiples ventajas de dar de mamar.
Nada más
práctico
Una de las
primeras virtudes que le encontré a la leche materna fue la practicidad. Toda
madre sabe el esfuerzo que significa preparar leche de fórmula: pues no se
trata sólo de mezclar el polvo con el agua, sino de esterilizar biberones,
entibiar el líquido, desechar el excedente… y ni hablar de lo incómodo que
puede ser acarrear los ingredientes y los envases de la leche en polvo de aquí
para allá. La leche materna está siempre disponible, lista para beber,
directamente del envase y con la temperatura adecuada. Nada se le iguala en
practicidad.
Leche
personalizada
Con los meses
también pude comprobar que los bebés amamantados casi nunca sufren de cólicos,
de constipación o diarrea. Esto a su vez evita en buena medida el sarpullido
causado por el pañal y la ingesta de medicamentos. Según dicen, esta virtud se
debe a que la leche materna tiene todos los nutrientes que el lactante necesita
y a que, además, el cuerpo de cada madre produce una leche que se ajusta a las
necesidades específicas de su bebé. Esta prevención de cólicos, constipación y
diarrea es una cualidad de la leche materna visible a corto plazo, pero también
se ha comprobado que el bebé lactante es mucho menos propenso a desarrollar
alergias y que adquiere anticuerpos que le protegen durante toda su
vida.
El planeta,
agradecido
También es reconfortante saber que cuando damos de
mamar, contribuimos en el cuidado del medio ambiente. Son varios los impactos
positivos del dar de mamar. Algunos de ellos son la reducción de basura (pues
no se desechan envases) y la disminución de la emisión de dióxido de carbono
(la que genera la producción de leche de fórmula). Que el mundo entero nos
agradezca lo que hacemos puede ser verdaderamente gratificante.
En el mundo
material
Por último, no
puedo dejar de mencionar que otra de las grandes ventajas que tiene la leche
materna sobre la leche de fórmula es su gratuidad. Cuando escucho cuánto gastan algunos padres en leche (sin sumarle el costo de medicamentos comprados
para solucionar los problemas ocasionados por el consumo de leche de fórmula)
me doy cuenta de que la lactancia beneficia la salud del bebé y de la mamá, el
medio ambiente y también el bolsillo.
Hoy Guillermo
tiene siete años (¡y comparto con las panzas nuestra historia!). A veces, cuando le miro, me acuerdo de cómo pasó de apenas
levantar la cabeza a permanecer sentado mientras jugaba con un sonajero.
Durante sus primeros seis meses de vida, mientras él se alimentaba
exclusivamente con leche materna, yo disfrutaba de todo lo que se pudiera
comer; pues sabía que la grasa extra que ingería, mi cuerpo la usaría en la
producción de leche. Así también, además de la felicidad que me daba la
libertad glotona, experimenté una sensación de satisfacción emocional
como nunca antes. Toda la inseguridad que me había podido generar la
inexperiencia en asuntos de maternidad pronto se desvanecieron, puesto que
comencé a percatarme de que yo –y solo yo– era la responsable del crecimiento
sano de mi bebé. Hasta ahora, no dejo de sorprenderme de la manera en que la
naturaleza logra acomodar lo físico y lo emocional luego del nacimiento de un
nuevo ser: es un mecanismo perfecto, del que somos parte.
Di de mamar un
año… y conocí todos los beneficios de hacerlo. Así recuperé mi forma física.
Así ahorré tiempo y dinero. Así disfruté de la salud de mi hijo. Así protegí el medio ambiente. Así experimenté, en mi propio cuerpo, la sabiduría de la
naturaleza.